2014: Modelo para armar

2014: Modelo para armar

La noticia de la semana ha sido la designación de Jesús “Chúo” Torrealba como Secretario Ejecutivo de la Mesa de la Unidad Democrática. Confieso que ante mi desconocimiento de la política interna de la MUD, el nombramiento me resultó sorpresivo: ¿quién propuso su nombre, cómo se alcanzó semejante acuerdo? Pero esos detalles son a estas alturas innecesarios e intrascendentes. El dato cierto es que las diferencias internas parecen pasar a un segundo plano y la tan ansiada unidad no ha desaparecido, tal como podría haberse pensado hace solo un par de meses.

Luego de revisar las diversas reacciones frente a este importante anuncio, hay varios elementos que me parecen reveladores. Entre ellos, las reacciones entusiastas ante el acuerdo no solo por el apoyo a la figura concreta de Chúo, sino sobre todo por el reinicio de la senda del trabajo conjunto de todos aquellos que se proponen el rescate de la democracia y el estado de derecho en nuestro país. Y aunque esta respuesta positiva y esperanzada parece mayoritaria, también hay miedos y reticiencias que vale la pena mencionar. En primer lugar, luego de las intensas pugnas en el seno de la oposición, el nuevo secretario no parece una figura imparcial ya que es tildado de “caprilista” y crítico de #LaSalida. En segundo lugar, y mucho más importante aún, su trabajo orientado a las comunidades populares ,que desde el punto de vista optimista parece un importante activo para un cambio sustantivo en la correlación de fuerzas que permita una victoria electoral, resulta para otros sectores una grave amenaza. Lo llaman “barriólogo” y quien acuñó el término no lo hizo para elogiar su trayectoria.

¿Por qué ser “barriólogo” sería malo y de qué forma esta orientación podría ser nociva para la reconstrucción de una democracia plena? Abordar esta interrogante, cuestionarla, es una tarea imprescindible. Luego de 15 años de un gobierno enfrascado en oponer a un sector del país (el pueblo) frente al “otro”, culpable de sus males (los oligarcas, escuálidos, burgueses, entre otros múltiples epítetos), existe una porción de esa clase media que realmente cree que ha sido perseguida, expropiada, acorralada, robada, secuestrada, para beneficiar a ese “otro” a quien ahora teme. Y aunque es cierto que ha habido auge en el consumo gracias al aumento del gasto y el empleo público, ello no ha sido producto de la creación de nuevas capacidades, no ha generado mayor autonomía en ese pueblo y los logros sociales de los que se jactó la revolución comienzan a evaporarse ante la inflación y la escasez. No son precisamente los barrios populares los principales beneficiarios de estos tiempos; son otros quienes han obtenido ingentes cantidades de riqueza y poder, usando al pueblo en su discursos (y para llenar los centros de votación).

Para mí no hay conflicto entre los intereses del pueblo sencillo y los del resto de la sociedad venezolana: todos queremos seguridad, prosperidad, posibilidad de exigir nuestros derechos. Solo cuando hayamos diseñado una institucionalidad capaz de defender los derechos incluso del ciudadano más humilde y vulnerable, podremos tener seguridad de que nuestros derechos individuales no podrán ser vulnerados. Sólo cuando hayamos logrado que el sistema político sea capaz de escuchar todas las voces, tendremos certeza de que nuestra propia voz también será escuchada. O defendemos la democracia para todos, o nos arriesgamos a perder la democracia que habíamos alcanzado a partir de 1958.

Luego de tantas exclusiones presentes y pasadas, luego de tanta conflictividad y polarización, lo anterior no parece una tarea sencilla. Diferentes opiniones políticas, diversos entornos socio-económicos en un país cada vez más segregado, bases (tanto oficialistas como opositoras) demandando más poder y participación, mientras los grupos dirigentes son reacios a la apertura. Todas estas son las piezas del rompecabezas que hay que armar. Y los aficionados saben que por difícil que parezca, las piezas siempre terminan acoplándose, solo hace falta paciencia y persistencia para seguir intentando hasta lograrlo. Y creo que vale la pena el esfuerzo, si deseamos un país en el que ya nadie deba vivir con miedo.

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