Una venezolana en China: detrás del tapaboca

 

Migrar a China: primeras impresiones y reflexiones

Debo comenzar diciendo que siempre estuvo en mí la idea de salir a conocer el mundo, de explorar la diversidad cultural, de entender nuevas maneras de pensar, vivir y construir el mundo.

Además de esas ganas intrínsecas, sería imposible negar que la situación actual de Venezuela y el especial estancamiento en que nos encontramos millones de jóvenes profesionales venezolanos, en términos de posibilidades reales de vivir una vida independiente de nuestros padres, de tener una casa propia o de al menos obtener un primer carrito como símbolo de que tanto esfuerzo en la universidad comenzó a dar frutos, fue lo que en sumatoria me dio el gran empujón para tomar la decisión definitiva de migrar.

Lo que nunca pasó por mi mente fue que decidiría irme ¡tan lejos!, a un país con una cultura diametralmente opuesta a la occidental y a un destino totalmente fuera del rango de países considerados populares para migrar. A pesar de lo poco convencional, la decisión estaba tomada, después de 36 horas de viaje, con una maleta en mano llena de dudas, incertidumbre y a la vez repleta del optimismo de quien dice: “Diosito, allá vamos”, llegué a Xi’an, China.

Después de aterrizar en China, mi primera impresión.

Mi arribo coincidió con la llegada de mis 24 primaveras. Un cielo azul despejado y un sol radiante aunque cubierto por la presencia de una extraña niebla blanca, densa y espesa, fue el escenario que me dio la bienvenida a estas tierras. La niebla no era parecida a la que los caraqueños solemos disfrutar cuando subimos el Ávila, mucho menos se asemejaba a la neblina que frecuentemente cubre a mi pueblito San Antonio de los Altos por las mañanas; esta era diferente, era una nube espesa, impura, casi difícil de respirar. Un segundo después de lo entendí: era la contaminación

La descripción líneas arribas de mi primer encuentro con la problemática del aire en China es intencional, intento ubicar a quienes hoy me leen en ese momento donde finalmente entendí lo que significa para un país alcanzar la supremacía económica del mundo sin conciencia de los medios utilizados para conseguirlo. Comprendí entonces lo que significa lograr el “desarrollo” desde la lógica del capitalismo salvaje y puro.

El tapabocas como herramienta única de defensa

Desde ese momento hasta el día de hoy, vivo mí día-día viendo cómo cientos de personas salen de sus hogares a trabajar o a estudiar haciendo uso de la única herramienta que les ha brindado el sistema para defenderse: el tapaboca. Me resulta increíble que incluso los tapabocas han sido absorbidos por la industria de la moda, la cual inteligentemente los ha introducido en el mercado en diferentes presentaciones (unicolores, animal print, Hello Kitty, estampados, etc.), como si el hecho de convertirlos en prendas de vestir, escondiera la verdadera naturaleza de su uso.

Observar a chinos y chinas vestir orgullosamente sus tapabocas y escucharlos hablar de los altos niveles de contaminación del aire de forma tan ligera, me ha hecho reflexionar que muchos de ellos han naturalizado y asumido como un hecho normal esta problemática. De hecho, no estoy segura si los ciudadanos se planteen la posibilidad de gozar en China de un aire de buena calidad que les dé la confianza de respirar.

Sin ánimos de justificar esta actitud, sería ingenuo esperar que los ciudadanos tuvieran una conciencia medioambiental medianamente desarrollada cuando la política interior China ha sido la gran responsable del modelo desarrollista actual, el cual, si bien la ha hecho posicionar como la mayor economía mundial, dudo que pueda extenderse por mucho tiempo, pues estoy convencida que cualquier sistema de pensamiento que pone en entredicho el buen vivir de sus habitantes y amenaza con poner en jaque la supervivencia de las próximas generaciones, garantizará a largo plazo su autodestrucción.

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