El Dios de las plagas

Ofreceremos sacrificios a Jehová nuestro Dios, para que no venga sobre nosotros con peste o con espada. (Éxodo 5:1)

No es griego ni mucho menos egipcio. Tampoco nórdico o asiático. El dios de las plagas es venezolano. Un ser omnipotente que por alguna blasfemia irreversible nos castiga con pestes estacionales.

¿Cuál fue la causa de esa maldición autóctona? Habría que invocarlo para que aparezca y aclare, pues lo más seguro es que el país se divida en dos argumentando razones. El caso es que desde hace varios años padecemos su ira:

Temporada I – Mal de Chagas (2011)

Juro que ese año vi chipos por todos lados. Se acercaban a mi lámpara de lectura y una docena fue víctima de un zapatazo mortal (mi sentido del olfato indica que algún chinche cayó por equivocación). Estudié las 16 especies del insecto en Venezuela y hasta atrapé uno en el edificio, lo metí en un envase de mayonesa y lo envié al Instituto de Medicina Tropical de la UCV. Nos atacaban los vectores de una enfermedad reemergente. Luego, misteriosamente, desaparecieron.

Temporada II – Dengue Hemorrágico (2012)

La segunda plaga fue el dengue. Los zancudos se multiplicaron y un compañero de trabajo cayó hospitalizado una semana. Perdió la cordura y los kilos. Fumigaciones, mosquiteros, repelentes y aplausos se convirtieron en defensas contra el Aedes Aegypty. Mi familia y yo sobrevivimos.

Temporada III – AH1N1 (2013)

Esta sí que me agarró, aunque no se con certeza si fue el virus porcino. Caí en cama 3 días con una gripe rompehuesos que me aisló de mis hijos. Era la época en que los griposos eran vistos como zombies devoradores de cerebros, y uno se alejaba de ellos en el metro, la oficina o en una inevitable manifestación de calle. Luego crearon la vacuna y nos inmunizamos en Locatel.

Temporada IV – Chikungunya (2014)

Llegó con nombre de templete guayanés: “Y ahora el baile del Chikungunya…” pero de festivo no tiene nada. El virus, proveniente de África, se ensañó con denuedo en nuestro país. Alcanzó la categoría de epidemia en momentos de escasez de medicinas y plagatox. La ola de calor no impide que mantenga las ventanas cerradas para reprimir la entrada de mosquitos (todos sospechosos hasta que se demuestre lo contrario).

La Plegaria

Alguna oración debemos elevar ante este Dios iracundo para que aplaque su cólera; empresa nada difícil para un país con vocación de culto a semidioses o a creencias propias y extranjeras. Nuestro pecado original debió ser bien original.

Por ahora, seguimos a merced de un Dios que perdió la fe en nuestras promesas de redención y que como en La Peste de Camus, se cansó de la piedad cuando la piedad es inútil. Por ahí el ébola rompe fronteras y se acerca a nuestro territorio. Que Dios (el otro) nos agarre confesados.

 

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