Entre la opacidad y el toderismo caudillista

Entre la opacidad y el toderismo caudillista

En los últimos días una serie de rumores aseguran sobre el surgimiento de una extraña enfermedad en el estado Aragua, que habría cobrado la vida de 8 personas, entre adultos y niños. La incertidumbre generada nos motiva a reflexionar sobre dos dimensiones: El acceso a la información pública y el uso responsable de redes sociales.

Los gobiernos bolivarianos, primero con Hugo Chávez y luego, con Nicolás Maduro, han instalado una tradición de opacidad y secretismo en el manejo de lo público. Todo un contrasentido al ser los promotores de una democracia de carácter participativo y protagónico. ¿De qué manera involucrarse, comunitariamente, si no se manejan los elementos necesarios para ello? Hugo Chávez insurgió en armas contra la democracia en nombre de la lucha contra la corrupción. Sin embargo, su gestión continuó la política de ausencia de transparencia administrativa, que es partera de todas las irregularidades conocidas. De manera temprana su primera gran política social, el Plan Bolívar 2000, fue inauditable y presa de señalamientos sobre malos manejos. Institucionalmente, cada vez fue mas difícil acceder a los informes de gestión de los diferentes ministerios, y en materia sanitaria la situación llegó al límite, a mediados de la década del 2000, cuando dejaron de publicarse los boletines epidemiológicos mensuales que contabilizaban los casos atendidos en la red hospitalaria pública, una brújula que permitía tanto al gobierno como a la sociedad aplicar los correctivos que hicieran falta. De manera paralela, las solicitudes de información hechas por la ciudadanía, que por ley son de obligatoria respuesta, solo conseguían como resultado el silencio.

La gestión oficial se convirtió en una caja negra inescrutable. Los investigadores de las políticas públicas debían hacer malabarismos y transitar por caminos verdes para conseguir algunos datos. Y cuando estos eran difundidos, describiendo las limitaciones de la acción gubernamental, inmediatamente eran desmentidos por el funcionariato cuya argumentación no se basaba en la data institucional sino en una seguidilla de adjetivaciones que buscaban descalificar al mensajero.

El cénit del misterio en políticas sanitarias tuvo, paradójicamente, como víctima al propio primer mandatario. Hasta el día de hoy no sabemos con certeza la dolencia que terminó por segarle la vida. Luego de una serie de especulaciones y contradicciones de los propios voceros oficiales acerca de su enfermedad, Hugo Chávez repetía al país, en varios ocasiones, que ya estaba curado, para lo cual daba demostraciones físicas públicas de fortaleza. Luego, en lo que puede considerarse como un mensaje de desconfianza para el sistema de salud que el mismo había apuntalado, anunció que su enfermedad sería tratada en un hospital de otro país. Por ese entonces el ministro de Comunicación, Ernesto Villegas repetía, una y otra vez, que la naturaleza de su afección era privada y que sólo interesaba a sus familiares. En esas mismas fechas la presidenta argentina Cristina Kirchner daba el ejemplo de cómo debía tratarse cualquier dolencia que pudiera lesionar la salud de quien ejerciera la primera magistratura, haciendo pública de manera profesional e impecable una intervención quirúrgica a la que sería sometida. De haberse sabido la información sobre la enfermedad del presidente Chávez, ¿aún estaría vivo?, ¿hubiera escuchado los consejos de la opinión pública, y de sus seguidores, recomendando el tratamiento -y el descanso- más adecuado para su enfermedad?

Si la política oficial bolivariana aseguró, hasta horas antes del deceso, que el presidente Chávez se encontraba estable y en recuperación, es lógico esperar que dicha estrategia desinformativa se aplique en otros asuntos de interés público en materia sanitaria. Los precedentes inmediatos estan allí: La negación a reconocer el grave desabastecimiento de medicamentos en el país; las sucesivas “intervenciones” a centros hospitalarios que salvo las fotografías y la propaganda, no mejoran la calidad del servicio; el misterio alrededor de la epidemia de chikunguya; la invisibilización de brotes de epidemias erradicadas en el país, como el paludismo y la malaria. Sólo era cuestión de tiempo para que un suceso como el presentado en el Hospital Central de Maracay disparará todas las especulaciones imaginables.

En un contexto de creciente hegemonía comunicacional las angustias rápidamente se apoderaron de las redes sociales. Los rumores aseguraban que hasta éramos víctimas de un agresiva epidemia de ébola cuyo epicentro era el centro del país. Las especulaciones se mezclaban con elementos corroborables: La falta de medicamentos, la migración de médicos especializados, la inminente militarización del conflicto. Especialistas ubicados a kilómetros de distancia del sitio de los sucesos, en la comodidad del exilio, emitían los mensajes mas alarmistas.

A pesar de la capacidad de autoregulación de las redes, la histeria informativa sobrepasó a los mensajes moderados. No se hace nada noble por los fallecidos y posibles víctimas cuando se habla sin conocimiento de causa en situaciones que merecen civilidad, la soberbia siempre es complice del uso inadecuado de la palabra.Y así los que deben y estan obligados a hablar prefieren ocultar y endilgar culpas a terceros, mientras otros padecen el no saber dosificar su impetu. Los venezolanos padecemos una enfermedad social que se agrava con la polarización y en situaciones de posible conmoción: el toderismo caudillesco. Hay que saber y opinar de todo, hay algo demasiado humano en el enorme esfuerzo que nos cuesta aprender a decir, no lo sé. no tengo conocimiento, seamos prudentes. El ejercicio del derecho pasa por tener esa premisa como base ética, porque lo contrario es desinformación y lejos de ser parte de una acción seria para la exigencia de las obligaciones del Estado nos convertimos en la mejor excusa para su negligencia y manipulación. La opacidad gubernamental no puede ser la excusa para que la especulación se convierta en la respuesta, su contraparte igual de dañina. Mientras menores sean las fuentes oficiales mayor debe ser el compromiso de la ciudadanía con la promoción y demostración de madurez en el ejercicio y exigencias de sus derechos incluyendo la veracidad, ética y seriedad de su voz.

La redes sociales son herramientas que se enaltecen con el sujeto que esta detrás haciendo uso de ellas. En un país donde la crisis generalizada nos mantiene la dopamina circulando es nuestro comportamiento honesto, responsable el que puede sentar bases para mejorar. Así como limpiamos nuestra casa y nos aseamos diariamente debes limpiar tus espacios digitales de ruido e incorporar y amplificar voces comprometidas con el respeto por sí mismos y nuestra sociedad.

La muerte de un ciudadano nunca es poca cosa, exigimos al Estado venezolano la aclaración al país de estos casos febriles que han causado la muerte de 8 venezolanos, el reconocimiento de la gravedad del sistema de salud venezolano y tomar todas las medidas y políticas que sean necesarias para revertir la situación de deterioro en salud y comenzar a dar cumplimiento en su obligación de garantizar nuestro derecho.

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