La metralleta

El diputado

Luego de una sesión especial del parlamento en junio del 2007, un vehemente estudiante impresionaría al entonces Presidente Chávez, quién lo apodaría “la metralleta”. 7 años después, quien fuera el diputado más joven de la Asamblea Nacional, sería víctima de un brutal y repudiable asesinato en su propia casa en La Pastora.

Las apresuradas hipótesis alrededor de los homicidios de Robert Serra y su asistente María Herrera, maniatados y apuñalados con saña abominable, se han visto empañadas por el sesgo político. Desde paramilitares y Álvaro Uribe, hasta colectivos y sectas religiosas, la conmoción nacional se mueve una vez más entre la polarización y el fanatismo.

El homicidio de una figura pública, en confusas circunstancias que involucrarían a su escolta, nos aturde de nuevo con el inasible fragor de la violencia y el rédito político.

El Manfredir

Apenas transcurrieron 6 días del crimen de Serra, cinco personas fallecieron víctimas de un presunto ajusticiamiento en medio de un operativo policial realizado en el edificio Manfredir, ubicado en la esquina de Glorieta, en plena Avenida Baralt del centro de Caracas.

En el allanamiento a la sede del colectivo “Escudo de la Revolución”, que incluyó balazos, metralla y hasta un helicóptero; murieron en extrañas circunstancias: Carmelo Chávez, José Miguel Odreman Dávila, Michael Antonio Contreras Bernal, José Ángel Tovar Contreras y Jesús Rodríguez. El CICPC los acusó de miembros de “banda delictiva que llevaba tiempo operando en Caracas”. Vecinos y familiares en cambio, han dicho que se trataba de reservistas, escoltas y miembros del “Frente 5 de Marzo” que agrupa a 100 grupos colectivos, responsabilizando de lo sucedido tanto al CICPC como al Ministro de Interior, Justicia y Paz, Miguel Rodríguez Torres.

El ruido y la furia

Como en el soliloquio de Macbeth que inspiró la novela de Faulkner, puede que la vida sea un cuento relatado por un idiota lleno de ruido y furia. El ruido de las balas que asesinan a nuestros compatriotas a diario y la furia desbordada de la delincuencia. El estruendo de las armas, desde punzones a metralletas, hasta insultos beligerantes que nada aclaran y todo lo oscurecen.

Por eso las palabras y el uso que hacemos de ellas deben medirse. Pueden ser condenatorias.

 

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