Radiografía de una crisis

Radiografía de una crisis

Día tras día venezolanos de todo color, creencia y lugar de residencia salen a la calle con unas cuentas incertidumbres: ¿conseguirán hoy la comida o medicina que necesitan? ¿tendrán la suerte de volver a casa a salvo del hampa? ¿les alcanzará para todo el dinero que llevan en el bolsillo? Inseguridad, inflación y escasez afectan por igual a chavistas, opositores y apolíticos. Para enterarse no hacen falta periódicos, noticieros, ni internet. Y mientras el hastío comienza a ser patente incluso en las encuestas menos confiables, los sufrimientos del pueblo no parecen ser el centro de la agenda pública.

Nuestra institucionalidad ha dejado de ser un canal que permita transmitir las demandas populares y canalizar las estrategias de respuesta. El gobierno de Nicolás Maduro intenta minimizar la crisis económica culpando a la guerra económica, los acaparadores o los contrabandistas. Al mismo tiempo, disminuye la publicación de estadísticas oficiales tanto en variedad como en periodicidad. Pero no informar sobre la crisis no es útil, y el pueblo sigue sintiendo sus efectos.

El liderazgo político opositor tampoco ha logrado ser un canal de expresión de los problemas que aquejan a la población venezolana. En primer lugar, por la división surgida a raíz de “la salida” en la que un conjunto de dirigentes intentaron (sin éxito) forzar una salida política mediante la protesta popular. En segundo lugar, los partidos orientados a aumentar su presencia entre la población descontenta que favorezca una victoria electoral cuentan con una gran dificultad puesto que luego de 30 años de debilitamiento y desprestigio, carecen de estructura nacional y no han logrado una estrategia comunicacional para superar la censura en los medios de comunicación masiva. En este escenario, el electorado opositor percibe a su dirigencia más ocupada de sus rencillas, que de los problemas reales de la gente.

Tanto el chavismo como la oposición han llevado adelante iniciativas de consulta con sus bases. Pero tanto el Congreso del PSUV como el Congreso Ciudadano resultaron plataformas poco eficaces para que el ciudadano común haga llegar sus demandas; ambas iniciativas parecen haber sido diseñadas para reiterar el mensaje de los líderes de cada bando, no tanto para escuchar propuestas y demandas de la ciudadanía. Por tanto, en el medio de la crisis económica más intensa de las últimas décadas, el sistema político luce incapaz de dar respuesta; por lo que podríamos asegurar que estamos en medio de una aguda crisis de representación y de gobernabilidad.

La alta inflación de los años 2013 y 2014 amenazan con deshacer los logros sociales de la revolución, expresados en un aumento del ingreso disponible y del consumo gracias a una prolongada bonanza petrolera. El ajuste económico que no se anuncia y las medidas de compensación inexistentes puesto que, por tanto, según el discurso oficial no son siquiera imaginables, son los principales elementos de la política gubernamental hoy. Lo anterior junto con una red de servicios sociales que no recibió la atención necesaria durante los últimos 15 años al haber privilegiado las misiones como centro de la política social nos presentan un panorama desolador para la población venezolana, especialmente para los más pobres y vulnerables. Sin embargo, no parece haber en el corto plazo mecanismos políticos para sortear la tormenta y evitar una catástrofe. El trabajo ineludible es lograr tender redes y organizarnos en tornos a esos problemas apremiantes de nuestro pueblo, construyendo sobre lo que es común y olvidando el discurso polarizante. Quien lo logre, sin importar de cuál de los polos sea originario, será quien podrá convertir el creciente descontento popular en su capital político. Ahí estará el futuro.

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