Caracas huele a amor y odio

Caracas huele mal. Esa es la verdad. Uno llega al país de nuevo y se da cuenta que hay un olor ácido en la ciudad. Es la descomposición de la basura no recogida. Y además, uno nota que la gente grita, que de día casi no se consigue el silencio en ningún lado. Uno se da cuenta también que aquí, en Caracas, la gente anda corriendo todo el tiempo como si alguien las persiguiera mirando para un lado y otro. Y la gente además, se le pega a uno. Como si lo conocieran de toda la vida.

Aquí todo el mundo se llama “mi amor”, todo el mundo parece que es el amor de alguien, incluso aunque lo acaba de conocer o le habla por teléfono. En Caracas medio mundo parece estar entre dos estados de ánimo: Ladillado o arrecho (en el sentido venezolano del término, es decir molesto). En serio le pregunto a mis amigos “¿Cómo estás?” y la respuesta típica es: “Aquí ladillado”; o si no: “Arrecho con esta vaina”. Claro que si están realmente bien es posible que me respondan: “de pinga” o si son más viejitos o medio sifrinos me respondan con un “Chévere vale”.

Si algo nota uno apenas pisa tierra en Caracas es que las mujeres de esta ciudad no solo están buenas sino que se ponen buenas. Todo el tiempo en todas partes (como aquél viejo lema de Radio El Tiempo, 1200 es su dial). Si todo el tiempo porque uno las ve arreglándose en el carrito, pese a los huecos; en el metro, pese al gentío; caminando, pese a la corredera de la gente. Y hay que decir que caminan sabroso. Que desde chiquitas parecen aprender el pasito tún tún con el que andan por la vida. Te lo dice cualquier amigo extranjero que anda por el país. Y tienen razón. No es chauvinismo, pero es que uno sale de Maiquetía y se da cuenta que las mujeres andan desabridas, desarregladas, no saben caminar, no tienen todo en su lugar  y si lo tienen no lo saben mover. Y es que las de acá aunque no lo tengan lo saben mover y muy bien.

Caracas también huele a perrocaliente y empanada. Si es verdad que ahora los alcaldes tienen una guerra con los perrocalenteros y el centro, Plaza Venezuela y el boulevar huelen menos. Pero el vaporcito de los perros creo que a todos nos traen recuerdos . Y la empanada frita en aceite refrito es uno de los olores más democráticos de la ciudad se consigue por aquí y por allá.

Caracas de noche huele a miedo y rumba. Todo junto. Es el gentío que se rumbea Sabana Grande todavía hoy, en el Maní que siempre será así, con Aché, con El Asunción. Con el reformado callejón de la puñalada, y en todos los bares de ambiente (ambiente homosexual, por si alguien duda) que se encuentran por allí. Y claro, como desapareció la Belle Epoque, un buen antro de rock (todos desaparecen: Doors, Rockatanga, Espacio etc). Caracas es el desfile de hembrones en el San Ignacio todas caminando con el “aquí estoy, veánme” que aprendieron desde chiquitas gracias a Osmel Sousa, viendo el Miss Venezuela. Caracas está llena de barcitos y tascas (la misma vaina pero y que más fina) en La Candelaria dónde tienen demasiado tiempo cerrando temprano; pero también en Chacao lleno de lugares también de origen español.

En los chinos siempre se puede comprar cerveza barata en cualquier lado de la ciudad y siempre hay abierta alguna licorería fuera del horario legal  a la cual acudir en caso de algún desespero etílico. Y los silencios que imponen los tiros de noche, que se escuchan aquí y allá. Bastante democráticamente se viven. Aunque ahora digan que no importa para la inseguridad que los delincuentes se maten entre ellos. A los muertos y a sus familias si que les importa.

Caracas es también Las Mercedes con sus múltiples ambientes de rumba y comida. Caracas es también el lugar dónde los restaurantes desaparecen (en mi memoria quedan uno mexicano, uno indio y uno persa que ya no están). Bueno en realidad Caracas es una ciudad que desaparece de manera constante. Es una ciudad ahistórica. Si se mira mucho un lugar, seguro terminará desapareciendo para construir un centro comercial, un lugar de esos que ahora llaman mall (¿Alguien recuerda Basurero?) Si se cree que es histórico se averigua un poco y se nota que no, que seguramente Guzmán Blanco lo reconstruyó, le puso mármol y lo que queda es un falso histórico. Hasta la María Lionza llegó a ser la falsa.

De un tiempo acá la gente se tiene más miedo, todo el mundo pareciera que está por explotar. Y es que en Caracas, donde todo el mundo parece vivir en el lugar opuesto de dónde trabaja ahora se arman guettos y la gente se divide. Un poco absurdo, porque las clases medias, las altas y las populares se mezclan de un lado a otro. Quieran o no. Pero pasa cada vez más que los caraqueños no conocen buena parte de su ciudad.

El caraqueño no respeta nada por mucho tiempo. Ya hasta el metro dejó de ser el lugar dónde todo el mundo cumplía con el manual de urbanidad y buenas costumbres. Y es que claro el metro hace rato que tampoco cumple con uno. Y se puso de moda el telefonito a todo volumen como si fuera un radio playero pero en pleno vagón encerrado. Las colas están en todas partes y hasta en las autopistas se puede vender agua, galletas, periódicos, café, y cómo no; dividís quemados. El mal humor está a la orden del día.

Este es el único lugar del planeta, quizás del universo dónde uno puede llegar tarde o incluso faltar porque : “¿Viste el aguacero que está cayendo?”, “Tú sabes como se pone Caracas cuando llueve”. Y si todos sabemos, por que es exagerado, exagerado por todos, porque las predecibles lluvias se llevan todos los años ranchos y quinticas, porque nunca estamos preparados para la lluvias de siempre. Porque cuando llueve tenemos los ríos Libertador, Urdaneta , Francisco de Miranda, y hasta algunas partes más de la autopista.

Caracas es sus areperas abiertas 24 horas al día. Que resuelven a toda hora. Que aplacan el hambre a precios cada vez más exhorbitantes. Que permiten un hervido en la madrugada justo cuando la ciudad está una vez más entre la resurrección y la muerte. Como cada día estamos todo aquí: jodidos pero en Caracas.

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