A eso le llaman hacer la revolución

Poner a hablar a todos no deja de ser un diabólico recurso. Donde todos hablan no se escucha a ninguno. Ergo, se matan dos pájaros de un solo tiro: se hace creer a la gente que se le está dando voz, pero solo para que toda voz quede ahogada en medio de la gritería que producen todos. Y en ese bululú se aprovecha para agitar las cosas y darles un giro… de 360 grados.

Pero en el interín, por supuesto, se cambiará el timonel.

Tal cosa es lo que llaman “hacer la revolución”.

Durante la campaña presidencial de 1998, aquel candidato flaco y alborotador llamado Hugo Chávez (tenía antecedentes golpistas, pero muchos se tranquilizaban diciendo que “si no sirve lo sacamos en 2003”), se agarró del escándalo que produjo la denuncia del uso de los aviones de PDVSA por parte de familiares de ministros, para incorporarla a su campaña orientada a demostrar que la clase política estaba podrida. Ese caso se conoció en la opinión pública como “las colitas de PDVSA”.

En ese entonces, el recién electo presidente Chávez señaló que vendería la flota de 23 aviones de la estatal petrolera para construir preescolares y ambulatorios para los venezolanos.

Los aplausos se escucharon en todos los rincones del país.

Pero en nuestra historia conocemos la diferencia entre candidato y hombre que se hace del poder. Luego del golpe propagandístico, no sólo la mayor parte de la flota de PDVSA (Falcon 500 o 900) siguió volando sin cambiar de dueño, sino que se compraron otros y se matricularon tanto en el país como en el mismo Imperio, a nombre de CITGO Petroleum Corporation, la filial norteamericana de PDVSA.

El tiempo entonces nos permitiría descifrar el carácter de la denuncia del candidato de entonces. La flota de aviones de PDVSA se convirtió en una especie de Air Psuv que quedó al servicio, no sólo de los personeros del gobierno, sino también de mandatarios aliados como Evo Morales, Cristina Kirchner, Rafael Correa, Daniel Ortega, Fidel y Raúl Castro, Manuel Zelaya y Fernando Lugo quienes, en algún momento, gozaron del favor del amigo que actuaba, no sólo como dueño de una flota de aviones, sino de un país entero.

Quince años después de que los aviones de PDVSA protagonizaran no pocos episodios de una política exterior, digamos, agresiva, ya apagado el encendido verbo de aquel presidente que demostró ser más hábil agitando que gobernando, el periodista José Vicente Rangel, en su programa José Vicente Hoy del pasado 19 de octubre, señaló con tono de primicia que “hay constantes denuncias sobre la utilización de aviones de PDVSA para viajes privados de altos funcionarios del gobierno y familiares de estos”.

Apenas una semana después nos enteramos del caso de Yaneth Del Carmen Anza, niñera de quien fuera canciller venezolano, Elías Jaua, la cual fue detenida en Brasil por intentar ingresar a la aduana de ese país con un revólver dentro de una maleta, que no había sido declarado entre sus pertenencias, junto a unos documentos electorales del partido de gobierno.

“Costumbres irregulares y criminosas”, llamaba a esas prácticas, con su conocido verbo de predicador, quien ganara las elecciones presidenciales de 1998 cabalgando sobre el hastío de la población por el nivel de corrupción que había alcanzado la élite gobernante.

La Contraloría General de la República llegó a determinar, entonces, que las colitas de PDVSA de los ministros de Caldera habían causado al país un perjuicio de alrededor 409 millones de bolívares de la época.

En fin, que ni preescolares, ni ambulatorios, ni Patria, ni decencia, ni palabra, ni honestidad ni nada. Sólo cambio de dueño.

Haberlo dicho antes.

Como escribió Juan Bonilla en Prohibido entrar sin pantalones, estupenda novela sobre el poeta ruso Vladimir Maiakovski: “La venganza es el pilar que sostiene al mundo. Quien clama justicia no está diciendo otra cosa que quiero venganza”. Es decir, que las moscas que crecieron viendo desde el lado de afuera de la vitrina, ahora están del lado de adentro. Parece que solo era eso lo que querían.

Y a eso le llaman hacer la revolución.

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