Un Aracataca malandro

No conozco Valle de la Pascua pero tampoco se me hace difícil imaginarla. Puedo visualizarla con sus 125 m.s.n.m. y sus poco más de 120 mil almas. Ver sus emisoras de radio, sus liceístas aburridos en las plazas, sus diarios locales, sus barrios y su centro, que es más o menos el mismo de todos: pequeños negocios, tráfico, buhoneros, motos, calor (es más fresco que eso pero, ya se sabe, el centro es el centro), aglomeraciones y colas de gente.

Allí, en esa pequeña ciudad de Venezuela, parecida a cualquier otra, ubicaremos la crónica que relataremos a continuación.

Era el primer miércoles del año. Todavía el centro lucía amodorrado, como negándose a despertarse del ratón. Los locales comerciales lucían tranquilos. Aunque les dijeron que el 2015 iba a ser un año duro, la gente igual gastó todo su dinero en diciembre.

Que la vida es una sola, que la moneda vale cada vez menos… en fin.

El Babo salió de su casa con un compinche en dirección al centro. A principios de enero todos estamos viendo cómo se llega al quince, y ellos no eran la excepción. Sólo que su modo de vida no era de los que debían esperar cada quincena, porque trabajaban por su cuenta.

Si El Babo hubiese sospechado que ese primer miércoles de enero serviría para escribir una crónica con él de protagonista, hubiese recelado de saber que su itinerario parte del barrio La Tormenta, donde vive desde hace años. Pero no lo sabía, por lo que caminaron entre las calles de ese centro de actividad comercial menguada y entraron en una zapatería, que habrían escogido al azar. Quizá por tener pocos clientes. Quizá porque sabían que en enero había vendido mucho. Quizá porque ahí estaban unos zapatos a los que él les tenía el ojo puesto.

Lo cierto es que una vez dentro de ese local de espejos en los muros, anchas poltronas cúbicas y paredes cubiertas de zapatos izquierdos, El Babo y su compinche sacaron sus respectivas pistolas y sometieron a la escasa clientela que había dejado las compras para aprovechar las rebajas de enero.

Desconocía El Babo que los dueños del local eran evangélicos, y que mientras él y su compinche despojaban de sus pertenencias a los presentes y cargaban, además, con varios pares de zapatos del negocio, aquellos, como única respuesta, se dedicaron a orar con fervor.

Se puede imaginar Valle de la Pascua. Se puede imaginar su centro. Pero lo que sucedió luego requiere una imaginación “pro”. Según asevera la prensa local, en momentos en que los que rezaban enunciaron la frase “La sangre de Cristo tiene poder”, El Babo cayó al piso fulminado por un ataque al corazón, a los pies de sus víctimas.

El compinche, al verlo en el piso, le quitó la pistola y salió, junto con todo lo robado, con rumbo desconocido.

***

Se dice que esa forma de García Márquez de contar lo sobrenatural como si fuese algo absolutamente normal, era casi una transcripción literal de los cuentos de su abuela, Tranquilina Iguarán Cotes, allá en su Aracataca natal.

Alguien que no viva en Venezuela creerá que ese universo absurdo, surrealista, violento, ridículo, increíble, que cuenta su día a día sale de la mente atormentada y paranoica de un escritor adicto al ácido lisérgico, y no que se trata de una transcripción literal de nuestra realidad cotidiana.

Sucedió en Valle de la Pascua, una pequeña población de los llanos centrales de un país cuyo vicepresidente de Seguridad Alimentaria, consultado acerca de las inmensas colas de personas frente a los automercados, aseveró que “hay colas porque hay comida. Si no hubiera comida no habría colas”.

No es Tarantino. No son los hermanos Coen. Es nuestro Aracataca malandro.

Comentarios

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5 Comments
  1. El realismo mágico es la cotidianidad de Venezuela. Me atrevería a agregar un adjetivo más. Realismo mágico kafkiano

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  2. Babo no sabia muchas cosas de este mundo y una de ellas era desconocer que su corazón tenia los nervios contados y durante el asalto se le agotó el último de ellos,. Esa es un probable explicación. La otra, son los rezos. Nuestro cronista no dice si los rezos eran escuchados o no por el Bebo. Pero es posible que Bebo-como muchos de nuestros malandros- fuese evangélico y escuchaba las brisas de la oración. Entonces la muerte primera fue metafísica y vino de la congoja de verse robando a su propio Dios. No soportó esa inmensa pena.

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