Instrucciones para deshacer un prejuicio

 

“Hay dos clases de personas en este mundo, hijo mío: los que hacen cosas buenas y los que hacen cosas malas. Eso es lo que hace la diferencia entre las personas: nada más.”

My name is Khan

 

La receta para construir un odio es sencilla. Basta tomar 3 estereotipos, 2 prejuicios y una predisposición, agitar hasta que esté homogéneo y beber sin pensar. Así de fácil puede nuestro cerebro, de manera independiente y libérrima, comenzar a crear un arsenal de armamentos simbólicos para ir en contra de ciertas personas o grupos distintos a nosotros.

La psicología social, desde Allport y sus aportes en “La Naturaleza del Prejuicio” (1954), ha ahondado de forma exhaustiva en el modus operandi del  prejuicio.  Lo primero que nos advierte es que es ordenado. Toma una cantidad de información que obtenemos de manera dispersa de nuestros agentes socializadores (medios de comunicación, familia, escuela, amigos, etc) y los organiza subjetivamente para construir una etiqueta con la cual califica a personas o ciertos grupos humanos, adjudicándole las características que ha visto operar (o que le contaron o le enseñaron) en uno o varios de los miembros de ese grupo. Otra característica del prejuicio es que puede partir de cualquier aspecto como el color de la piel, la religión, la manera de vestirse, la orientación sexual, la edad, el sexo, la nacionalidad, la tendencia política, el origen étnico, el status social, etc; para construir a partir de esto, ideas sobre el otro. Entonces, con esa información nuestro cerebro elabora una clasificación inicial de los seres humanos, a manera de carpetas, que luego vamos rellenando con ideas y experiencias. Y ejemplos de prejuicios sobran: Pensar que los negros son malandros, que las personas de clase alta son banales, que los europeos huelen mal, que los musulmanes son terroristas, que los chavistas son brutos, que los opositores son clasistas y así, un largo etcétera. Los prejuicios están muy cerca de nosotros y rigen buena parte de nuestra vida y nuestras relaciones.

Todas esas carpetas contienen material que nos ofrece orientaciones genéricas acerca de los comportamientos que esperamos de las personas distintas. Y así opera el prejuicio. De un testigo de Jehová esperamos un comportamiento obsesivo- compulsivo con respecto al Día del Juicio Final; de un gay esperamos que se comporte como un maniático sexual y cada vez que nos sentamos en la antesala de la predisposición, nos negamos anticipadamente a ver las características esenciales de las personas.  Nadie está exento de esto. Todos en alguna medida, operamos a través de prejuicios y tenemos nuestro set de carpeticas llenándose de material, desechando experiencias o reciclando las vivencias de otros.

El peligro de este mecanismo aparece cuando todo este sistema no está mediado por la capacidad de ver cómo opera en sí mismo, es decir cuando los prejuicios existen y no somos capaces de verlos ¿Por qué es peligroso? Porque eso nos impide detenerlo cuando se ponga en funcionamiento y nos puede ofrecer oportunidades para deshumanizar a otros, discriminar, causar daño en distintos grados o interferir negativamente en la manera cómo nos relacionamos. Los prejuicios traen consigo la activación del mecanismo perverso del odio, que nos impide ofrecer un trato igualitario y respetuoso a ciertas personas que pertenecen a uno de los grupos identificados en nuestras carpetas. Y esto lo hacemos con dos grandes motivaciones: distinguirnos como personas superiores o evitar confrontar escenarios, ideas o situaciones para las cuales no tenemos carpeticas estructuradas, por lo que las menospreciamos automáticamente.

Lo que ha pasado en Paris, con el atentado terrorista a la sede de la revista satírica “Charlie Hebdo” que dejó un saldo de 12 personas muertas, 11 heridos (4 de ellos de gravedad),  pone en evidencia ese peligro porque los seres humanos podemos pasar del prejuicio a la discriminación y de ésta, al odio en cuestión de segundos. Los grupos fundamentalistas religiosos llenan así sus carpeticas con formas de odio de diversos alcances y además hacen un ejercicio sistemático de rellenarlas cada día con ideas que les indican que  hay que exterminar al enemigo.  Ideas que toman de interpretaciones literales de la Biblia, del Corán, del Upani-shad, de la Biblia Hebrea o cualquier otro libro que en materia religiosa sea considerado sagrado.  Por otra parte, una buena parte de la respuesta que ha dado la gente a  este ataque, también opera a través de la carpeta que tenemos señaladas con la etiqueta “Islam”, en la que hemos colocado una cantidad enorme de prejuicios, odios y desprecios,  guiados en su mayoría por la inmensa campaña de los EEUU después de los atentados del 11 de septiembre de 2001.  Cualquier hombre con barba es un peligro y si además, es musulmán, ya podemos dar por sentado que es un terrorista. Cualquier mujer con velo, es víctima y a la vez cómplice de un sistema violento y extremista.  Y hay mucha gente que tiene que vivir a diario con esa sentencia, como aquél joven asperger, hindú y musulmán que protagoniza la película “My name is Khan”  que al presentarse a otras personas decía preventivamente: “mi nombre es Khan y no soy un terrorista”.

 

Resulta que hay mucha complejidad detrás de esta materia, mucho que aprender para comprender el mundo islámico que tiene dentro de sí sus propias distinciones. Un comunicado de la Comisión Islámica de España a propósito del atentado en París enfatiza: “queremos recordar también que los individuos autores de los atentados no representan para nada ni el Islam ni a la comunidad musulmana sino que por sus actos y actuaciones son enemigos declarados de nuestra religión y de toda la comunidad musulmana en Europa y el mundo entero.” Estas palabras implican que el Yidahismo, como grupo islámico radical que usa el terrorismo en nombre de la Guerra Santa, no determina con sus actos las ideas de todos los musulmanes, así como las expresiones violentas de ETA no caracterizan a todos los vascos (incluso los separatistas); así como las acciones de IRA no determinaron las ideas de los Irlandeses; así como los chavistas violentos no determinan las ideas de quienes creen en el proyecto bolivariano; así como los opositores que golpean a personas afines al gobierno bolivariano en sitios públicos, no caracterizan las conductas de quienes se oponen al Gobierno actual. La distinción hay que hacerla clara y concisa: el problema no es la religión, ni la orientación sexual, ni la tendencia política, ni el color de la piel. El problema es el fundamentalismo porque es gracias a él podemos llenar nuestras carpetas de odio, creernos que somos dueños de la verdad (que no es ni será jamás única) y movernos con la motivación de exterminar o hacer desaparecer, a través de cualquier mecanismo a aquél que piensa, siente, se comporta o tiene una apariencia distinta.

 

El atentado contra  la revista satírica “Charlie Hebdo” es consecuencia del fanatismo y no del Islam. Entonces, nos toca hacer frente  al fanatismo en todas sus formas y expresiones y respetar la diversidad, aupar la diferencia, desear un mundo diverso, heterogéneo, disparejo, en el que haya  diferencias que discutir permanentemente.  Ese es el mundo que los fundamentalistas no toleran: aquél en el que se promueve  de manera activa que existan personas que piensan, en el que se vive y se cree de manera desigual. Siempre lidiar con las tensiones derivadas de la diversidad será mejor que vivir rodeados de odio.

 

Comentarios

Comentarios

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

Puedes usar las siguientes etiquetas y atributos HTML: